31 may 2011

Adrián García Bogliano; Sudor Frío


EN Argentina la vieja historia del vecino siniestro se ha materializado en los escraches. Las manifestaciones en casas de genocidas aún se encargan de recordarnos que el horror vive cerca, y compra en la misma verdulería que nosotros. Era lógico y necesario entonces que el cine de terror argentino mirara en esa dirección. Y ese es el puntapié incial en Sudor Frío, película de Adrián García Bogliano cuyos personajes siniestros son dos viejitos que aún conservan sus modales de torturadores de la Triple A. Aquí se suma entonces la idea de llevar a cabo un gesto fundacional, porque Sudor Frío nos dice explícitamente que no hace falta inventar monstruos, porque en este país ya han sido inventados.

LA
 historia contemporánea nacional es una mina de oro para el género. En otros países se ven siempre obligados a imaginar a sus vampiros, puestos a competir por quien consigue el personaje más sanguinario, la muerte más gore, el coágulo más grande. Este también ha sido el gesto menos saludable del terror, porque lo ha transformado en un género de criaturas perversamente idiotas, de monstruos a los que les sobra el tiempo y el dinero. Se ha pasado de la ninfa poseída al asesinato de Italpark. Se ha intentado explicar científicamente al zombi y dramáticamente al hombre lobo y en plan de captar un poco de verosimilitud se han producido docenas de falsos documentales sobre fantasmas de departamento y brujas de pueblo. Sudor Frío tuerce ligeramente estas convenciones porque los asesinos de la película existen, viven entre nosotros y, para mayor preocupación, aún defienden aquella persistente ideología de la barbarie. El procedimiento entonces no es inventar un vampiro sino señalar que los vampiros existen. Luego vendrá el gesto de ridiculizarlos, de transformarlos en una farsa para poder meter a estos genocidas en las convenciones del género, pero quedemonos con el hallazgo, un hallazgo que funciona como respuesta a una pregunta fundamental: ¿cómo hacer cine de géneroMade In Argentina?

EN el último tercio del siglo pasado el terror se convirtó en un género primero censurado y luego ninguneado, no sólo en este país sino en toda latinoamérica. La contradicción es que un continente tan friendly con el terrorismo de Estado no viera con buenos ojos el derramamiento de sangre en el cine. Hasta no hace mucho el INCAA consideraba como películas de interés especial únicamente a las que “contengan relevantes valores morales, sociales, educativos o nacionales”. Y de eso el terror no tiene nada. Así que en aquel panorama el género se convirtió en un modo de resistencia cultural. Aparece entonces la actitud punk, la doctrina del hágalo usted mismo, la contracultura, el cine de garage. Grité una noche (2006), segundo largometraje de Paura Flics, la productora que lleva adelante Sudor Frío, costó tan solo ochocientos pesos y resultó una joya de la experimentación. La escena más escandalosa es un arrebato lésbico (coqueteando con el porno-soft) entre dos de las colegialas protagonistas. ¿Cómo hizo este director, Adrián García Bogliano, para convencer a las jóvenes actrices de protagonizar una valiente escena lésbica en lo que parecía ser más un capricho que una película? La respuesta es la constancia de los modales: García Bogliano fue siempre un tipo comprometido con el género, sus intenciones nunca sonaron a capricho, por más que costaran ochocientos pesos. El intento de responder aquella pregunta (¿cómo hacer cine de género Made In Argentina?) es parte fundamental de su dilema como artista.
VALE decir que de aquella miniproducción llamada Grité un noche a este monstruo que es Sudor Frío hay un abismo técnico y presupuestario, pero no ideológico. La película es lo que Paura Flics prometió siempre desde su sórdida independencia, desde su esquema punk y militante, y la enorme diferencia de presupuesto fue destinada a poner en pantalla recursos que antes les eran prohibitivos. Por ejemplo, esas composiciones llenas de color y tensión que son los costosísimos planos en cámara lenta. También el montaje es sobresaliente y la dirección de cámaras y el ritmo narrativo, promesas cumplidas que nada tienen que envidiarle (nada de nada) a las producciones más faroleras de los norteamericanos o de los japoneses. Tan logrado está ese aspecto que hasta consiguen hacer vertiginosa la persecución entre un anciano con andador y una chica que apenas puede moverse.
SE ha intentado infinidad de veces encontrarle el tono al cine de género nacional, pero la mayoría de los intentos han fracasado. Nuestros superhéroes son siempre tipos berretas y tristemente cómicos, nuestros detectives privados son ex gremialistas embrutecidos, nuestros marcianos son bichos de plástico y nuestros astronautas son oportunistas que intentar poner un parripollo en Marte. Ese es el universo hegemónico de nuestro cine de género, que nunca se relaja, que nunca puede fantasear a gusto porque el realismo siempre le está mordiendo los tobillos, siempre le está recordando la historia reciente, y nada es más horrible que eso, así que, entonces, los recursos remanentes son la ironía y el sarcasmo o la desfachatez. El horror es patrimonio de nuestra realidad y en ese panorama el artista está obligado a sentarse y negociar los espacios para obligar a la convivencia entre el realismo y las fabulaciones del cine de género. Hace cincuenta años que en este país no se estrenaba una película de terror en el circuito comercial. Eso forma parte de estas dificultades del cine de género. ¿Dónde estaba Superhijitus cuando ocurrían los vuelos de la muerte? Por eso aquí, con Sudor Frío, lo que vale es el gesto. El espectador podrá señalar sus condiciones, algunos tropiezos en el guión, cierto regodeo en los clichés del género, pero no se discute lo que esta película inaugura, el gesto fundacional detrás del cual debería empezar a encolumnarse el cine de terror vernáculo, para luego poder dar la vuelta y morderse la cola.

Por Leandro de Martinelli

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